Grandes Hombres, Grandes Obras
- By OmeAcatl
- 19 septiembre, 2016
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GRANDES HOMBRES, GRANDES OBRAS
Tlacatzin Stivalet Corral
Publicado originalmente el martes 22 de marzo de 2005
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Para empezar, vale acercarse al significado verdadero de la palabra “grande”, es decir, a su etimología. El vocablo se deriva del adjetivo latino grandis, grande ‘grande, alto, crecido’, como en grandissima seges ‘espigas muy altas’ y grandis iam puer ‘niño ya crecido’. Este adjetivo también tiene el significado de ‘amplio, rimbombante, difuso’. En latín existe el verbo correspondiente, que es grandesco, grandescis, grandescere ‘hacerse grande, agrandarse, crecer’. Este verbo se perdió en castellano.
En castelllano se diría: yo grandesco, tú grandesces, él grandesce. El nombre del verbo sería grandescer. Así, podríamos “hacernos grandes”, “agrandarnos”, “crecer”. Al carecer del verbo grandecer, no tenemos manera simple de que los niños sean capaces de comprender cómo es que podemos convertirnos en grandes hombres, para realizar grandes obras. El objetivo del presente documento es esclarecer el proceso que llevan a cabo los grandes hombres para forjarse a sí mismos.
Por esto, conviene conocer toda la familia de palabras latinas. Primeramente el adjetivo grandifer, grandifera, grandiferum que significa en castellano: ‘que produce frutos grandes, productivo’. De inmediato esto nos evoca el apotegma del maestro Jesús de Nazareth: “por sus frutos los conocereis”. Lo primero que hay que tener presente es que un gran hombre, o una gran mujer, siempre producen “grandes frutos”, aunque también hay que decir que sus frutos son no perecederos.
Siguiendo con la familia de palabras latinas, el sustantivo granditas, granditatis significa en castellano ‘grandeza, grandor’, como en la expresión etatis granditas ‘edad avanzada’. El adjetivo grandaevus, grandaeva, grandaevum significa ‘anciano, viejo’. El adverbio latino granditer significa en castellano ‘mucho, grandemente’. El adjetivo grandiloquus, grandiloqua, grandiloquum equivale a decir ‘que tiene estilo elevado’, con el verbo loquor, loqueris, loqui ‘hablar’, ‘decir’.
La familia latina del adjetivo grandis, grande hace evidente que se refiere tanto al “espacio” cuanto al “tiempo”, es decir, grande se refiere simultáneamente a “tamaño” y a “duración”, se refiere por igual a amplitud en el espacio y a permanencia en el tiempo. Por tratarse de un adjetivo, lo grande no existe en espacio y tiempo. Lingüísticamente se requiere de un sustantivo para ubicar dicho adjetivo. Se puede decir: casa grande, árbol grande, hombre grande, niño grande, obra grande.
Conviene también tener presente el origen etimológico del sustantivo femenino “OBRA”, que se usa para referirnos al ‘producto resultante de una actividad física o intelectual’. Esta palabra castellana resultó de la degradación del sustantivo femenino latino opera, operae ‘trabajo, labor, actividad’, también ‘cuidado, atención, aplicación’. Este sustantivo corresponde al verbo transitivo e intransitivo deponente operor, operaris, operari ‘obrar, trabajar’. Deponente significa de forma pasiva y sentido activo.
Este verbo, operari, es un derivado del nombre indeclinable opus que significa ‘cosa necesaria’, por ejemplo opus est equivale a decir ‘es necesario’, mihi fromentum opus est ‘me es necesario trigo’, non opus est id sciri ‘no es necesario que esto se sepa’. También existe el sustantivo declinable opus, operis ‘obra, trabajo’. Este origen del verbo latino operari ‘obrar, trabajar’ hace ver que primero es la necesidad y luego la producción de aquello que se necesita.
Conviene recordar también otros vocablos de esta familia latina de palabras. El adjetivo latino operans, operantis ‘eficaz’, es el participio de presente del verbo operor, operaris, operari ‘obrar, trabajar’. El sustantivo operarius, operarii ‘operario, trabajador’ es otro derivado del mismo verbo. También lo es el sustantivo operatio, operationis ‘trabajo, obra, operación’. El participio de pretérito del mismo verbo, genera el sustantivo masculino operatus, operatus ‘trabajo’.
Conviene, para completar este referente, acudir a la lengua nahua. En primer lugar está el adjetivo “grande”, que en lengua nahua se dice huei, del cual se deriva el verbo personal hueiyaueihu ‘crecer, aumentar, elevarse en honor, elevarse en dignidad’, por ejemplo: iuhqui atl hueiya ‘crecer como el agua’, oc hueiyaz ‘todavía será más fuerte, todavía aumentará, todavía se elevará’, in ihcuac tihueiyaz ‘cuando serás grande’, oc zencah hueiya nonecuiltonol ‘todavía mucho crece mi fortuna’.
También se puede utilizar hueiya en sentido figurado, por ejemplo: oc zencah hueiya notenyo ‘todavía muy se extiende mi fama, crece mi fama, se hace más grande mi fama’. El adjetivo correspondiente de este verbo es hueixqui, que Rémi Siméon traduce como ‘exaltado en dignidad, que recibe honores’. También existe un verbo en gerundio derivado de este adjetivo, que es hueixtiuh ‘ir creciendo, ir agrandándose’, por ejemplo hueixtiuh in metztli ‘va creciendo la luna’.
Lingüísticamente emparentado con el adjetivo huei ‘grande’, existe el adverbio huel ‘bien, muy’, como en huel achto ‘bien primero’ [‘antes’], huel axcan ‘bien ahora’ [‘en este mismo instante’], huel cah iyolloh ‘bien está su corazón’ [‘está contento, está satisfecho, está tranquilo’], huel nicchihuaz ‘bien lo haré’ [‘lo haré bien, podré hacerlo bien’]. Existe otro derivado: el adverbio hueli ‘posible’, de significado amplio, como: ixquich hueli ‘cada posible [bien]’ o möchi hueli ‘todo posible [bien]’ [‘todopoderoso’].
El correspondiente verbo es hueliti ‘tener el poder, tener la fuerza para hacer [bien] una cosa’. El agente correspondiente a este verbo es huelitini ‘el que tiene el poder, la facultad, el derecho de hacer [bien] una cosa’, ‘posible [de que se haga bien]’, por ejemplo ixquich huelitini ‘todo poderoso’. El adjetivo correspondiente a este verbo es huelitic ‘fuerte, poderoso’. Aquí está el significado de “gran hombre”. El que bien puede lograr todo lo que quiere es un “gran hombre”.
También cuenta esta conceptualización para una “GRAN MUJER”, que es ‘la mujer que bien puede lograr todo lo que quiere’. Aquí conviene acudir nuevamente a la lengua latina, en efecto, impetro, impetras, impetrare es un verbo transitivo latino que significa en castellano ‘llegar [uno] a sus fines, obtener’, ‘perfeccionar, acabar, finalizar’, ‘impetrar’. El hombre que “logra lo que quiere” es impetrador. La mujer que “logra lo que quiere” es impetradora. Así de simple.
El camino para uno hacerse impetrador, o una hacerse impetradora, es un camino propio, cada uno tiene que descubrir su propio camino hacia sus convicciones personales: éticas, genómicas, vocacionales, nupciálicas y cósmicas. Existe una brújula: la armonía. Cuando uno encontró sus convicciones éticas, el resultado es el vivir en armonía con los demás. Cuando uno encontró sus convicciones genómicas, uno convive en armonía colectiva, uno convive con los demás con fuerza política.
Cuando uno ya descubrió sus propias convicciones vocacionales, uno “logra lo que quiere”, es decir, uno ya es “impetrador” o “impetradora”. Así, ya se pueden descubrir las propias convicciones nupciálicas, lo cual nos hace vivir ejercitando el placer de proteger, en este momento ya nos hacemos aptos para tener hijos, y amarlos para siempre desde el momento de su concepción. Al mismo tiempo ya nos encontramos con nuestras convicciones cósmicas y vivimos en permanente armonía.
Al alcanzar este nivel de “maduración interna”, un ser humano vive en un permanente estado de felicidadad. Para empezar, disfruta protegiendo lo vivo, protegiendo lo cierto, protegiendo lo ajeno, protegiendo lo débil, protegiendo lo armonioso. También disfruta el trato con sus congéneres, cada contacto con otro ser humano le deja un sentimiento de alegría profunda. Su actividad vocacional le genera continuos momentos de felicidad, de gran placer.
El vivir sexual de tales personas es fuente inagotable de alegría en la cual a diario abrevan con una misma pareja, lo cual genera en cada uno un múltiple esplender que los inunda de gozo inmenso. Los niños son engendrados con amor y amados continuadamente, por lo cual son niñas y niños felices, fuertes, seguros de sí mismos, amantes a su vez. Así, el vivir de los maestros es un vivir pleno, que genera en cada alumno un vivir pleno, generando en él, ella la aspiración a vivir en el “centro del universo”.
Lo anterior es posible como consecuencia de cada día aplicar el apotegma “querer es poder”. Para empezar hay que reconocer que cada uno de nosotros es “el centro del universo”: el universo nos rodea de la misma manera en que el círculo demarcado por una circunferencia rodea al punto que la genera. Esto es lo que nos dice la gran piedra circular de 3 metros 57 centímetros que nos legaron los tenochcas, misma que ellos llamaron Huei cuauhxicalli iixiptla ‘gran jícara del águila su representante’.
La “gran jícara del águila” no es otra cosa que el firmamento, es decir, la parte visible del universo entero y misterioso. El “representante” cuya cara aparece en el centro de la piedra circular es cada uno de nosotros: cada ser humano. Lo que nuestros abuelos tenochcas plasmaron en este monumento es la realidad que todos los seres humanos han percibido. Todos los pueblos asiáticos que nos heredaron su sabiduría se ubican así: indos, sumerios, caldeos, egipcios, hebreos, et cetera.
Desde la más remota antigüedad, todos los pueblos han reconocido un “yo interno” que nos impele hacia la “SABIDURÍA”, misma que se puede conceptualizar como el ‘conjunto de descubrimientos personales de un ser humano que le explican lo que ocurre en espacio y tiempo con todo lo que se manifiesta en el universo’. En sánscrito la palabra correspondiente es Dzyan. Quienes siguen “el camino de la sabiduría”, lo cubren en cuatro etapas y son llamados: arahat, adepto, dikshit, iniciado, et cetera.
En lengua nahua el nombre es tlamatini ‘percibidor de cosas, sentidor de cosas’. Durante nuestro quinto “sol” tolteca, esto se realizaba en los “centros iniciáticos” tenochcas: la telpochcalli ‘casa de mancebo’, la ichpochcalli ‘casa de doncella’ y en el calmecac ‘lugar de iniciados’. Las niñas y los niños ingresaban a los cinco años al centro correspondiente. A los 18 años ya habían recibido la guía correspondiente de sus maestros, tlamatinis, los llamados hierofantes en los centros iniciáticos del Mediterráneo.
Las cuatro etapas son las mismas que se describen arriba y permiten al iniciado asumir plenamente su identidad: ética, genómica, vocacional, nupciálica y cósmica. Cada una de estas cuatro etapas permite alcanzar un nivel de soberanía. Los “iniciados” son plenamente soberanos. Este estado de “excelencia” es lo que ha sido la gran aspiración de los seres humanos. El vivir así hombres y mujeres es lo que anunció el maestro Jesús de Nazareth como “reino de los cielos”.
En el pensar indo, se habla del décimo avatar mítico de Vishnú como una esperanza de vivir en plenitud. La palabra castellana avatar proviene del sánscrito avatâra ‘encarnación divina’. Los cristianos hablan de la segunda venida de Cristo, con la misma consecuencia. Aquí hay que recordar la frase del maestro de Nazareth que dice: “dejad que los niños se acerquen a mí porque de ellos será el reino de los cielos”. Las coincidencias mencionadas hablan de un futuro promisorio para los seres humanos.
En el presente, nacen cada vez más niños de los llamados “índigos”: por el color de su aura. Estos niños nacen dotados de un sentido ético muy poderoso. Son muy independientes. Corrigen a sus padres cuando detectan un comportamiento que se aparta de lo ético. Son muy inteligentes. Se comportan como seres humanos más evolucionados que sus padres. En el presente no existen escuelas adecuadas para ellos. Al parecer, lo que ellos requieren no es una escuela sino un “centro iniciático”.
Muchos de estos “niños índigo” ya se han convertido en jóvenes. Al no existir “centros iniciáticos” en el presente, estos jóvenes viven en continuo estado de desasosiego. Sienten un profundo desprecio por el mundo adulto actual pero no saben como cambiarlo. Los primeros síntomas de esta necesidad de cambio generacional profundo ocurrió en 1968, cuando el gobierno mexicano asesinó en Tlatelolco a jóvenes que no supieron ejercer su necesidad de cambio.
Los jóvenes siguen sin encontrar un camino propio, pero mantienen su necesidad de un orden patrio basado en principios éticos firmes. Los políticos actuales ignoran lo que ocurre estructuralmente en nuestra patria; por esto el lenguaje político resulta cada vez más absurdo. El cambio patrio no será político, para ser, tiene que ser educativo. Cada joven descontento tiene, necesariamente, que “iniciarse a sí mismo” para hacerse “adulto armonizante”, asumiendo por sí mismo su “yo interno”.
Esto mismo ya fue llevado a cabo en nuestra patria. En efecto, en el año europeo 1064, en el año ze tecpatl ‘uno pedernal’ con el cual dio inicio un xiuhmolpilli ‘ciclo de 52 años’ identificado como macuilli tecpatl ‘cinco pedernal’, los mexihtin ‘mexis’, también llamados ‘mexicanos’, salieron de Aztlan ‘entre garzas’ a fin de realizar un “periodo de iniciación” de 260 años antes de fundar su esplendente ciudad, a la cual nombraron con merecido orgullo Tenochtitlan-mexihco ‘entre tuna de piedra, lugar de los mexis’.
Al ubicar históricamente este proceso se ve que ocurrió durante nuestro quinto “sol” tolteca, mismo que inició en el año 856 del nacimiento de Jesús de Nazareth. El cuarto xiuhmolpilli ‘ciclo de 52 años’ identificado como nahui olin ‘cuatro movida’, precisamente el que le dio nombre al quinto “sol”, transcurrió del año 962 al año 1064. En este tiempo la generación de aztecas que vivía en Aztlan ‘entre garza’ descubrió que tenían que errar para descubrir su misión histórica.
El nombre nahui olin ‘cuatro movida’ les indicaba no permanencia en un mismo lugar. Por esta razón se decidieron abandonar la ciudad de Aztlan ‘entre garza’, donde habían permanecido durante 1014 años, y aventurarse al descubrimiento de su “yo interno”. En la llamada Tira de la Peregrinación, también conocida como Códice Boturini se registran los lugares en donde se asentaron durante 260 años, en lugares alrededor del valle de Tenochtitlan-mexihco ‘entre tuna de piedra, lugar de los mexis’.
El primer lugar que aparece como visitado es Chicomoztoc ‘en siete cueva’, lugar identificado por muchos investigadores como un tunel bajo la Tonatiuh itzacual ‘Sol su encierro’, llamada popularmente “pirámide” del Sol, en Teotihuacan ‘lugar donde se posee difunto’. Al parecer en ese lugar hicieron sus primeros trabajos iniciáticos. No se guarda memoria de este trabajo secreto. Lo que se sabe es que el viaje se hizo con la guía del difunto Huitzilopochtli ‘zurdo colibrizado’.
Cuando salieron de Aztlan ‘entre garza’, ya habían transcurrido 107 años de que había vivido el señor Huitzilopochtli ‘zurdo colibrizado’. Según narra Chimalpain, antes de salir a su largo peregrinar, su gobernante, de nombre Huitzilton ‘colibricito’ invocó al difunto Huitzilopochtli ‘zurdo colibrizado’ para que los guiara fuera de su ciudad; el invocado se comprometió a guiarlos hasta un lugar “donde no faltaría nada de lo que aquí [en Aztlan ‘entre garza’] se produce”.
Únicamente quienes vivieron esa jornada de 260 años supieron lo que ocurrió en cada uno de ellas y de ellos. Tomando como referencia el apotegma del maestro de Nazareth, “por sus frutos los conocereis”, tenemos que afirmar que lo ocurrido en esos cinco xiuhmolpilli ‘ciclo de 52 años’ fue que cada uno de los mexihtin ‘mexis’ y cada una de las mexihtin ‘mexis’ se hizo un “gran hombre” una “gran mujer”. Lo primero que llama la atención es su persistencia inquebrantable.
Para los actuales mexicanos es muy importante dilucidar lo ocurrido durante esta gesta. La hazaña de construir una ciudad tan esplendente como Tenochtitlan-mexihco ‘entre tuna de piedra, lugar de los mexis’ debe ser emulada en el presente, cuando necesitamos construir el país de nuestro Sexto “sol”, que ya inció desde el año 2000 europeo, precisamente al anochecer del martes 13 de junio, cuando inició el día nahui cuauhtli ‘cuatro águila’, nombre calendárico de nuestro “sexto sol tolteca”.
Tenemos una pequeña dificultad que nuestros abuelos mexihtin ‘mexis’ no tuvieron. Ellos fueron guiados todo el tiempo por el difunto Huitzilopochtli ‘zurdo colibrizado’, un nombre alterno de Mexihtli ‘mexi’, quien se había comprometido con los mexihtin ‘mexis’ a mostrarles un nuevo lugar de residencia. Todos hablaban la misma lengua, el nahuatlahtolli ‘hablar armonizante’. Los actuales mexicanos no hablamos la lengua de nuestros ancestros: ¡necesitamos aprenderla todos!
Muchos mexicanos, la gran mayoría, por no decir la casi totalidad, están convencidos de que el castellano es ya la lengua nacional, que sirve de “lengua puente” entre los hablantes de las diferentes lenguas autóctotonas “que todavía se hablan”, dando a entenderse que más pronto que tarde se dejarán de hablar. No obstante esta posición de los mexicanos de México, los que emigran a Estados Unidos de América se sienten incómodos cuando los llaman “hispanos”.
Los “chicanos” se sienten más cerca de sus raíces ancestrales que de las raíces españolas. Aquí y allá hay grupos que intentan descubrir su verdadera identidad, que es anahuaca: no española. En el Zócalo de la ciudad de México, desde hace ya buenos años, a diario danzan diferentes grupos. Si bien es cierto que al final de cada danza pasan el chimalli ‘escudo redondo’ para recibir donativos, la verdad es que muchos se mantienen de estos donativos voluntarios, a la gente le atrae la danza anahuaca.
También es una realidad que cada vez surgen más y más “círculos de danza”. Asimismo se sabe de más y más lugares donde se enseña lengua nahua. Es bien cierto que la mayoría de los estudiantes deserta al corto tiempo. Esto habla de un interés vago, sin compromiso. Lo mismo hacemos los mexicanos con todo lo que hacemos. Hasta el presente todavía carecemos de la “persistencia inquebrantable” de que dieron muestra los mexihtin ‘mexis’ a lo largo de 260 años. Esto vendrá pronto.
Nuestro glorioso pasado se mantiene latente en cada uno de los actuales pobladores del territorio nacional, cuyo nombre originial es Anahuac ‘lugar junto al agua, donde se armoniza el pensamiento’. Por haber nacido en este territorio, los mexicanos somos anahuacas. Así como asumimos como propio el “espacio anahuaca”, en nuestro corazón sentimos cada vez más fuerte la necesidad de asumirnos también como “tiempo anahuaca”, para hacernos parte de nuestro sexto “sol” tolteca.
Esta necesidad de “identidad anahuaca” nos inquieta, nos desosiega, nos intranquiliza día con día. No sabemos bien a bien qué es lo que nos ocurre. Sentimos urgencia de cambio. En nuestro “yo interno” cambiamos continuamente, así como cambiamos de sintonía al televisor: nada nos convence. Vivimos un vago sentimiento de inquietud que, más que a depresión, hay que atribuirlo a una “crisis existencial” muy profunda y multifactorial: de identidad cultural, religiosa, política, vocacional, nupcial, et cetera.
Ya ubicados aquí, es necesario reconocer que cada uno tiene que enfrentar su propia “crisis existencial”, nadie puede enfrentar la nuestra, cada uno está inmerso en la suya propia. Es por esto mismo que necesitamos empezar a informarnos de cómo ocurre el “proceso iniciático” que han seguido todos los hombres y mujeres que marcaron un rumbo propio: para su pueblo y para su tiempo. Esto les permitió adelantarse a su tiempo, hacer propio el futuro de su pueblo.
Leyendo entre líneas la abundante información que presenta en sus libros la muy notable investigadora rusa Helena Petrovna Hahn Fedéef de Blabatssky, conocida como madame Blavatsky, se puede afirmar que el “proceso iniciático” de la antigüedad indoeuropea se halla “encapsulado” en una serie de frases sueltas que han llegado a nosotros fuera de contexto. Quien desee “iniciarse”, quien desee hacerse arahat ‘iniciado’, tiene necesariamente que decodificar esta información por sí mismo.
La primera de estas “frases crípticas” es “el padre y el hijo son uno mismo”. Esto hay que verlo como el proceso básico: el adulto es hijo del niño. Dicho de otra manera el niño es padre del adulto. Otra frase importante es “como es abajo es arriba”. Esto se refiere al niño y al adulto. Es una reiteración de que el niño genera al adulto. Para entender esto es necesario acercarse a la lengua nahua. Particularmente a la familia del verbo nahua cua ‘comer’.
Para comprender el significado hay que imaginar a un hombre comiendo. Los animales se agachan para acercarse al suelo, donde está la comida. Los humanos tomamos la comida del suelo y la elevamos. Esto significa que está abajo y nosotros la subimos arriba, valga la redundancia, para acercarla a nuestra boca. En esencia esto es lo que determina la familia del verbo nahua cua ‘comer’. Así, tenemos cualiztli ‘acción de elevar la comida’ [acción de comer], generalmente tlacualiztli ‘elevar algo’.
De esta palabra se deriva tlacualli ‘comida’, lo que se come, es decir, lo que se eleva hasta la boca. La hora de la comida es tlacualizpan ‘tiempo de elevar algo’ [hasta la boca]. Aquí tenemos la palabra cualli ‘hecho de elevar’, esta palabra tiene el sentido castellano de “bueno”, es decir es lo que nos hace elevarnos, lo que nos nutre, lo que nos hace crecer. En lengua nahua no existe una palabra equivalente a “malo”, el único posible es ahmo cualli ‘no elevado’, ‘no nutriente’, ‘no creciente’.
En esta misma línea se tienen: cuahuitl ‘árbol’, cuauhtic ‘alto’ y cuauhtli ‘águila’. Esta palabra es muy importante, considerando que nuestro sexto “sol” tolteca es justamente nahui cuauhtli ‘cuatro águila’. A quien le interese llevar a cabo un “proceso de iniciación”, le resulta muy importante tener presente un hermoso apotegma que a la letra dice: “desea volar y te saldrán alas”. Para que nuestro “sexto sol tolteca” brille en todo su esplendor, cada uno de nosotros tiene que hacerse águila.
Es importante aquí tomar en cuenta la identidad del ilhuitl ‘retorno día-noche’ cuauhtli ‘águila’, que es Xipeh Totec ‘dueño de sexo, nuestro protector’, nuestro instinto de placer adulto. Durante los 676 años que durará nuestro “sexto sol tolteca”, trece veces 52 años, todos los anahuacas poseemos esta identidad: tenemos que encontrar la manera de asumirla. Es imprescindible que nuestro “proceso iniciático” parta de esta base. Todo tiene que hacerse disfrutando y para disfrutar.
Estos dos “ejes maestros” se cruzan en nuestro “instinto de armonía”. Para ubicar correctamente lo anterior, es preciso que tengamos presente nuestro “yo interno”, que es péntico, es decir, es la sumatoria de cinco instintos igualmente importantes: “instinto de espacio”, “instinto de tiempo”, “instinto de placer”, “instinto de pervivencia” e “instinto de armonía”. Nuestra percepción del entorno parte del eje “instinto de espacio” “instinto de tiempo”. Nuestro “yo interno” es el eje formado por nuestro “instinto de placer” “instinto de pervivencia”.
Cada vez que ocurre una interacción entre ambos “ejes” hacemos un descubrimiento importante. Esto ha hecho de la “cruz céntrica”, también llamada cruz griega, un símbolo sagrado. La “cruz céntrica” es una representación emblemática de nuestra identidad esencial, de nuestra pertenecia cósmica. El “proceso iniciático” consiste en la activación de ésta, nuestra identidad humana esencial.
Aquí ya podemos descubrir otro aspecto de nuestra identidad. En la representación de la “cruz céntrica”, o de cualquier otra cruz, lo que ocurre es que trazamos un “eje vertical” y un “eje horizontal”. Aunque en realidad ambos están en forma horizontal en el papel en que los trazamos, asumimos como “eje vertical” al formado por nuestro “yo interno”, es decir, el que forman nuestro “instinto de placer”, que ubicamos abajo, y nuestro “instinto de pervivencia”, al cual ubicamos arriba.
Así ya podemos hablar de los “bajos instintos” como los que nos impelen a buscar el placer y “los altos designios de la patria” como aquello que busca la preservación de nuestro género. El otro eje de la “cruz céntrica” es el horizontal, formado por nuestro “instinto de espacio” y por nuestro “instinto de tiempo”. El trabajar de acuerdo a lo que percibimos en nuestro vivir cotidiano, de manera irremediable nos hace tomar en cuenta nuestro “entorno”, nos hace integrarnos a él: fundirnos en él.
Nuestro “instinto de armonía” es lo que nos hace igualarnos con todo, como es abajo, es arriba, como es adentro, es afuera, como es en espacio es en tiempo. El “proceso iniciático” se considera a manera de un camino espinoso, de autoexigencia, que nos hace enfrentar todo aquello que nos inquieta, que “nos saca de onda”, a fin de descubrir por qué nos inquieta, por qué nos intranquiliza. Siempre que enfrentamos lo que nos desasosiega llegamos, invariablemente, a un descubrimiento importante.
Cada nuevo descubrimiento nos causa una gran alegría. Esto nos acerca a nuestro “instinto de placer”. El camino iniciático en “nuestro sexto sol” es, más que espinoso, es un camino placentero, que nos va dando cada vez más paz interna. La autoexigencia no es a través del dolor, sino del placer. Eso sí, debemos hacernos huel ixeh, huel nacazeh ‘bien poseedor de ojo, bien poseedor de oreja’, es decir debemos activar nuestro “sensor de espacio” y nuestro “sensor de tiempo”.
Durante el “quinto sol tolteca”, en la antigua Anáhuac se propiciaba que los niños y jóvenes se hicieran “bien poseedores de ojo, bien poseedores de oreja”, con esto se le ayudaba a trabajar internamente para hacerse sabios, para hacerse prudentes, para hacerse hábiles. Con esta ayuda, entre los seis y los doce años se hacían dueños de su propio cuerpo, se hacían “yo cuerpo”, es decir, adquirían el hábito de ubicarse continuamente en su “aquí” y en su “ahora”.
Para lograr hacerse “yo cuerpo” se practicaban “técnicas de dominio corporal”, tal como podemos ver en ciertos monumentos que se consevan, tal como las esculturas conocidas como Chac Mol y Xöchipilli ‘hijo florido’. Además de la “danza cósmica anahuaca”, similar a la que podemos ver a diario en el Zócalo de la ciudad de México. Los ejercicios corporales eran reforzados por el inicio en las “técnicas de ayuno” y de baños nocturnos de agua fría. Todo lo que permite el despertar del “yo cuerpo”.
Durante seis años, los niños de nuestro “quinto sol tolteca” iban acumulando descubrimientos que se convertían en convicciones: de respetar lo vivo, respetar lo cierto, respetar lo ajeno, respetar lo débil y respetar lo armonioso. Con esto, se hacía Tezcatl ipoca ‘espejo su humear’, nombre nahua de nuestra “conciencia ética”. Esta fortaleza ética les daba una gran fortaleza corporal, una gran “vitalidad”. Así se cubría la primera etapa del “proceso iniciático” en la antigua Anáhuac.
Un aspecto importante de esta etapa de nuestro “proceso iniciático” es asumir nuestra identidad sexual, es decir, reconocer la diferencia entre hombres y mujeres. Esto nos hace necesario convivir con quienes poseen sexo igual a nuestro. En la antigua Anáhuac existían dos tipos de “centro iniciático”, la ichpochcalli ‘casa de doncella’ y la telpochcalli ‘casa de mancebo’. Esta convivencia permite asumir nuestra identidad de una manera natural, de manera no consciente.
El vivir de quien ya asumió su identidad “yo cuerpo” se convierte en placentero, difruta protegiendo lo vivo, goza protegiendo lo cierto, se alegra cuando protege lo ajeno, le causa placer proteger lo débil y la pasa muy bien respetando lo armonioso. El vivir de alguien que murió como niño y renació como adulto es muy agradable. Quien está en este caso ya aprendió a “lanzar sus penas al viento”, como dice una canción. Esto es para siempre, nada lo perturba a uno, siempre está uno de buen humor.
Es muy importante hacer un comentario a las técnicas de autosangrado que llevaban a cabo durante nuestro “quinto sol tolteca”. Esto se hacía durante la siguiente etapa, la que se cubre de los seis a los doce años. Durante este tiempo es cuando nos “iniciamos” para asumir nuestra identidad “yo género”, cuyo nombre nahua es Quetzalcohuatl ‘gemelo precioso’. Aquí es preciso tener conocimiento de que es la mujer la que transmite las características genéticas de nuestro género.
En efecto, las mitocondrias de nuestras células permanecen en el óvulo más no en los espermatozoides. Esto hace de la mujer un elemento importante para nuestra especie. Esto es lo que está detrás de la alegoría de Quetzalcohuatl ‘gemelo precioso’ yendo al mictlan ‘entre difunto’ a robarse los huesos de humanos, mismos que muele en molcajete y los baña con sangre extraída de su propio pene, asumiento su parte femenina, es decir, sangró como lo hacen las mujeres cada 28 días.
En la actualidad no es necesario este sangramiento. Gracias a la investigación sobre el genoma humano ya sabemos que nuestro ADN es mitad masculino, proviene del espermatozoide, y que la otra mitad es femenino, ya que proviene del óvulo que fue fecundado. Así resulta más fácil de asimilar el hecho de que somos seres duales tanto hombres cuanto mujeres: somos mitad femeninos y mitad masculinos. Esto permite aceptar nuestra identidad dual sin problemas.
Esta conciencia hace que asimilemos de manera natural el acercamiento a quienes poseen sexo igual al nuestro y que asimilemos la huella de nuestra convivencia con el progenitor de sexo igual al nuestro. Así es que cuando estamos cerca de un amigo disfrutamos del placer de su presencia al tiempo que sentimos una protección similar a la que nos brindaba nuestro progenitor cuando éramos pequeños. Esto nos hace aspirar a brindar la misma protección a los niños.
De esta manera ya no resulta necesario el sangramiento del pene que tan importante fue durante nuestro “quinto sol tolteca”. Cuando uno ya asumió su identidad “yo cuerpo”, resulta natural que los demás nos vivan como una persona agradable, cuya compañía resulta placentera para todos. Cuando todos los integrantes de un grupo ya han cubierto esta etapa, los grupos de forman de manera natural para llevar a cabo acciones colectivas satisfactorias para todos.
Quien ya cubrió esta segunda etapa de “iniciación” se asume como “yo género”, es decir, adquiere una “conciencia colectiva” que le alerta de cualquier factor que pueda amenazar la permanencia del género humano. Esto lo lleva a una toma de conciencia que inspira acciones de protección de nuestro género. Así, cuando ya se asumió nuestro Quetzalcohuatl ‘gemelo precioso’, cualquier cosa que proponemos tiene una respuesta colectiva solidaria para contribuir a solucionar tal problema.
En este momento estamos preparados para completar la tercera etapa de nuestro “proceso iniciático”. Esta etapa es la que nos permite asumir nuestra “impetridad”, cuando asumimos nuestra identidad “yo tiempo”, nuestra fuerza “yo mente”, lo cual nos hace disfrutar imaginando acciones de beneficio colectivo. Cada imagen la trabajamos mentalmente hasta completar un “cuadro mental” que se nos antoja convertir en realidad, lo cual nos hace buscar su realización completa.
Este proceso nos lleva a adquirir una “conciencia logradora” que nos da una fuerza vocacional muy poderosa. Esta identidad recibe el nombre nahua de Huitzilopochtli ‘zurdo colibrizado’, nombre que se da al Sol. Esta identidad no es casual. El sol es muestra de una gran persistencia. El asumir este arquetipo todos los actuales adultos de nuestra patria nos garantizará la abundancia de bienes de uso y consumo. Lo cual causará una profunda reforma económica en nuestra patria.
La cuarta etapa del “proceso de iniciación” nos hace arahat ‘cuatro veces iniciado’. Esta etapa es para asumir plenamente nuestro “instinto de placer”, lo cual nos permite asumir nuestra “nupcialidad”, la fuerza que nos impele a unirnos con alguien de sexo complementario, para disfrutar el resto de nuestro vivir. Esto nos genera una plenitud permanente. Los niños que son engendrados en estas condiciones llevan mucho ganado, serán niños fuertes, alegres, seguros de sí mismos.
A esta etapa es cuando nos asumimos como Xipeh Totec ‘dueño de sexo, nuestro protector’. Esto nos hace buscadores de placer pero protegiendo. Esta identidad se asume disfrutando todo sensorialmente: con la vista, con el oído, con el olfato, con el tacto y con el gusto. Esta identidad, hay que reiterarlo es la que nos corresponde asumir durante los 676 años de “nuestro sexto sol tolteca”, ya que ésta es la identidad, el otro yo de cuauhtli ‘aguila’. Esto nos hará disfrutar todo.
Mientras estas cuatro etapas están siendo cubiertas, se está asumiendo la correspondiente a nuestro “yo psiquis”, nuestra identidad Ometeotl ‘pupila doble, fuerza armonizante dual’, esta es nuestra pertenencia cósmica, lo que nos hace ser el centro del universo. Al asumirla nos volvemos aptos para asumirnos como educadores de las nuevas generaciones. En este momento es cuando ya somos tlamatinis, percibidores de las cosas del universo, nombre nahua del arahat.
Lo anterior es lo que descubrieron los mexihtin ‘mexis’ durante su largo “proceso iniciático” de 260 años alrededor del valle de Tenochtitlan-mexihco ‘entre tuna de piedra, lugar de los mexis’. Todos los adultos ya habían alcanzado la sabiduría que también habían descubierto los teotihuacanos en nuestro “cuarto sol tolteca”. Al todos hacerse tlamatinimeh ‘tlamatinis’, ya estaban preparados para realizar la gran obra histórica de su generación: su majestuosa ciudad capital.
A partir de su fundación en el año tolteca ome calli ‘dos casa’, año 1325 del nacimiento de Jesús de Nazareth, la formación de “grandes hombres” se llevó a cabo en los “centros iniciáticos” de Tenochtitlan-mexihco ‘entre tuna de piedra, lugar de los mexis’. Sus gobernantes todos fueron tlamatinimeh ‘tlamatinis’: Tenoch. Acamapichtli, Huitzilihuitl, Chimalpopoca, Itzcohuatl, Moctecuihzoma Ilhuicamina, Axayacatl, Tizoc, Ahuizotl, Moctecuihzoma Xocoyotzin, Cuitlahuac y Cuauhtemoc.
A cada uno le correspondió asumir su misión histórica de manera precisa y puntual. A nuestro último Huei Tlahcohuani ‘gran portador de palabra’ le correspondió asumir la responsabilidad de cerrar el ciclo de nuestro “quinto sol tolteca”. La víspera de la caída de Tenochtitlan-mexihco ‘entre tuna de piedra, lugar de los mexis’, nuestro jóven abuelo lanzó a los tenochcas una proclama en la cual les anunciaba el fin de nuestro “quinto sol tolteca” y la llegada de un nuevo “sol tolteca”.
Al final de su mensaje, también conocido como Consigna de Anáhuac, expresa que entregan la tarea a sus hijos: ¡Ca totlahcuiloliztin ihuan totlamatiliztzin ma mopixquili! ‘que nuestra escritura y nuestra sabiduría se cosechen’. Esta es la tarea que nos corresponde realizar en nuestro “sexto sol tolteca”, de nombre nahui cuauhtli ‘cuatro águila’. Nuestro momento patrio exige de cada uno un trabajo personal, que promete estar lleno de satisfacciones, de placer, de gozo.
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