Por qué Anáhuac

POR QUÉ ANÁHUAC
Documento de esclarecimiento semántico
Tlacatzin Stivalet Corral
Publicado originalmente el sábado 30 de agosto de 2003

Existen numerosas razones para llamar Anáhuac a nuestro territorio nacional. La primera razón es por ser el nombre usado por Cuauhtémoc en lo que se ha llamado su Ultimo Mensaje, también conocido con el nombre de Consigna de Anáhuac, Consigna secreta, Mensaje secreto, Mandato secreto, Último Mandato de Cuauhtémoc, et cetera. Existe presencia de esta “consigna secreta” en muchas comunidades de habla indígena, especialmente en las nahuahablantes.

Ese mensaje, que habría sido enviado a los cuatro rumbos de Anáhuac la noche previa a la entrega de la “plaza militar” de Tenochtitlan-mexico, expresa la aceptación por parte de nuestros abuelos anahuacas del ocultamiento del “sol cósmico” que alumbró a los antiguos anahuacas durante 676 años. En dicho mensaje se dice cómo nuevamente un “sol cósmico”, nuestro “sexto sol”, se elevará sobre nuestra tierra, para que Anáhuac pueda cumplir grandiosamente su promesa de pervivencia.

anahuacEn consecuencia, se puede afirmar que Anahuac es el nombre original de nuestro territorio nacional, en lengua nahua. Nombre éste que en castellano significa ‘lugar cercano al agua’, ‘lugar donde se armoniza el pensamiento’; de atl ‘agua, pensamiento’, nahua ‘armonizar’, co ‘lugar’ y de nahuac ‘cerca de’ ‘junto a’. Resulta difícil expresar en el dialecto castellano el significado cósmico del nombre original de nuestra patria. El nombre Anahuac tiene significado dual: en espacio y en tiempo.

La traducción ‘lugar donde se armoniza el pensamiento’ nos refiere a atl ‘agua, cerebro’. Aquí hay que tener presente que atl ‘cerebro’ es el significado en el tiempo, ya que existe otra palabra para este órgano humano: cuateztli, cuatextli literalmente ‘masa encefálica’. Así, resulta fácil percibir que atl ‘cerebro’ es similar a atl ‘agua’ en cuanto a que “corre” en el tiempo, al igual que el “pensamiento”. En cambio cuatextli nos refiere a la masa blanca, como la de tortilla, que ocupa el espacio interno del cráneo.

El nombre Anáhuac está ampliamente documentado desde el siglo XVI de la cuenta europea. A lo largo de los 300 años que existió Nueva España, se registró el nombre de Anáhuac como equivalente del territorio novohispano. Cabe aquí tener presente que durante ese tiempo no existieron las “fronteras” tal y como las conocemos ahora, que incluso tienen una malla de acero y son vigiladas por la policía y por perros de cacería: como es el caso de nuestra “frontera” norte.

Es por la identificación anterior que, al igual que el doctor Ignacio Romerovargas Yturbide en su libro titulado La organización política de los pueblos de Anáhuac, es preferible llamar Anáhuac al territorio nacional, nombre autóctono real, en vez de emplear el neologismo antropológico “Mesoamérica” para este fin. Nuestro territorio nacional llamado Anahuac en lengua nahua, albergaba a muchas naciones, y en cada una de sus lenguas se dio nombre a nuestra patria.

Así, se tiene que además del nombre nahua, existe un nombre en Ñah•ñuh (otomí), MÖNDO, en Mazahua: BONTZRO, en Mixe: NUHEMB, en Purhembe (tarasco): INCHAMEKUARHO, en Tnu u Ñuu Savi (mixteca): ÑU’UM ÑUKO’YO, en Tlapaneco: XUAHIH MIXIH, en Tutunacú (totonaco): AHTÚM CHUTZÍPI ‘una nación’, en Zapoteca: YETZI LO YUH ‘toda la tierra’, Maya: IXIM ULEU ‘maíz, tierra’ (tierra del maíz), por citar solo algunos.

En el libro del doctor Romerovargas, mismo que en el año europeo 1956 fue originalmente presentado como tesis para optar por el grado de Doctor en Derecho, se puede apreciar una visión histórica que resulta más convincente que la que tradicionalmente se nos ha enseñado. Este acercamiento a nuestra historia propia fue realizado buscando nuestra perspectiva original, mientras que los libros de historia oficiales lo hacen desde la perspectiva de los “frailes” invasores.

El actualmente tan de moda término antropológico “Mesoamérica”, que literalmente significa ‘América media’, fue inventado por el investigador alemán Paul Kirchhoff el año europeo 1943, utilizando el prefijo griego mesos que significa ‘lo que está en medio’; en realidad, ésta es la traducción de la palabra alemana Mittelamerika ‘América Central’. También cabe la posibilidad de utilizar un nombre equivalente al del territorio original de los sumerios: Mesopotamia ‘en medio de ríos’.

Como antropólogo, Kirchhoff usó dicho nombre para nombrar al territorio ocupado por los pueblos autóctonos de la antigua Anáhuac justo antes de que los invasores españoles la llamaran Nueva España, su interés era definir antropológicamente el área geográfica ocupada por una serie de pueblos que tuvieron una cultura común: con diferentes particularidades culturales. El título completo de su trabajo es: Mesoamérica, sus límites geográficos, composición étnica y caracteres culturales.

Aunque usar este nombre moderno resulta una falsedad histórica y geográfica, desde hace ya cincuenta años el término es utilizado por la mayoría de los historiadores, antropólogos, sociólogos, etnólogos, arqueólogos, científicos e intelectuales mexicanos, sin que ninguno de ellos haya sometido este neologismo a un análisis crítico riguroso. Incluso, este nombre aparece en las “cédulas” de muchas piezas de colección de múltiples museos de la República Mexicana.

Es más, pareciera como si con el vocablo “Mesoamérica” se buscara arrancar de nuestro país todo lo autóctono: hasta el nombre original de nuestro territorio en una lengua indígena. Es, como si lo indígena fuese algo indigno, algo manchado, al despreciable, algo sucio, algo lleno de “pecado”. Pareciera que muchos mexicanos quisieran borrar todo vestigio de nuestro pasado autóctono, por eso quieren eliminar todo aquello que nos da una identidad propia, nuestro pasado indígena.

En su ensayo, Paul Kirchhoff propuso el nombre de Mesoamérica para una de las seis superáreas culturales autóctonas de nuestro continente. Las otras cinco “superáreas” enlistadas por el estudioso alemán son: Suroeste (de Norteamérica, en el sentido de The greater Southwest o de la América Árida), Sureste (de Norteamérica), Chibcha, Andes y Amazonia. Salvo el nombre indígena Chibcha, los demás nombres son desde la perspectiva europea: son nombre en lenguas europeas.

Además de que estos nombres resultan incongruentes entre sí, es evidente que “Mesoamérica” está, geográficamente, en medio de ninguna parte. Al existir “Mesoamérica” además de “Suroeste [de Norteamérica]” y “Sureste [de Norteamérica]”, según el documento original de Paul Kirchhoff, es lógico pensar que “Mesoamérica” no puede estar ubicada en América del Norte. Resulta inexplicable que a ningún estudioso de nuestra historia le haya resultado evidente este absurdo.

Esta afirmación, que se desprende de una lectura cuidadosa del texto de Paul Kirchhoff, resulta insostenible geográficamente hablando. Todos sabemos que los Estados Unidos Mexicanos forman parte de Norteamérica, el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos de América y Canadá lo establece así. Si, como indica Kirchhoff en su documento, “Mesoamérica” estuviera al sur de Norteamérica, debería ser parte de Centroamérica y no estar ubicada dentro de los confines de la República Mexicana.

Kirchhoff hace referencia a que “algunos antropólogos norteamericanos” dividen a nuestro continente en tres regiones: la primera es Norteamérica, la segunda es Sudamérica y la tercera de las regiones es para ellos México y Centroamérica, a esta región la llaman Middle America, ‘América media’. Cabe señalar que el señor Kirchhoff es alemán y que en esta lengua existen dos términos para llamar a Centroamérica: Mittelamerika ‘América media’ y Zentralamerika ‘América central’.

Esto no hace sino confirmar la errónea manera en que los antropólogos “norteamericanos” y alemanes conciben la ubicación geográfica de nuestro país, al menos buena parte de ellos. Puede hablarse incluso de una consideración de “inmerecimiento” de los mexicanos para pertenecer a América del Norte: que consideran integrada únicamente por Canadá y Estados Unidos: poblados por europeos de “raza superior”. Es más, para muchos America ‘América’ es sólo para los americans ‘estadounidenses’.

En esta falsa percepción, los “indios mexicanos” no pueden ser parte de esos países: exclusivamente los American Indians ‘indios americanos’ pueden pertenecer a “Norteamérica”: en reservations ‘reservaciones’. De ser cierto esto, indicaría una posición discriminatoria de “algunos antropólogos norteamericanos”, aplicada a los pobladores originales del actual territorio de Estados Unidos. Cabe tener presente que los indian ‘indios’ son los pobladores del país asiático llamado: India.

Para ellos, los pobladores originales de Estados Unidos les resultan simples natives ‘nativos’. Cabe recordar que dichos natives ‘nativos’ originales, erróneamente llamados Indians ‘indios’, o American Indians ‘indios americanos’, fueron barridos y prácticamente exterminados por los “colonizadores” europeos, quienes mejor deberían ser llamados genocidas europeos: del estilo de quienes en Alemania buscaron exterminar a todos los judíos.

Cabe aquí ubicar históricamente a Paul Kirchhoff. Es de sobra conocido el hecho de que en 1923 fue publicado el libro Mein Kampf ‘mi lucha’ por Adolfo Hitler, cuyas ideas fueron aclamadas por la casi totalidad de los alemanes, tanto así que Hitler muy pronto se convirtió en cabeza del gobierno alemán. La discriminación de Paul Kirchhoff hacia los mexicanos, negándonos el derecho a ser norteamericanos, encaja perfectamente en el pensar llamado nazi.

En efecto, en experiencia personal del autor del presente escrito, los alemanes consideran norteamericanos únicamente a los estadounidenses. Los mexicanos, para una gran mayoría de alemanes, somos “sudamericanos” o, en el mejor de los casos, “centroamericanos”. No pocos mexicanos consideran ya que este absurdo planteamiento es válido. Lo más inexplicable es que, muy frecuentemente, quienes así piensan no son “güeritos” si no muy “prietos”….

En un ya no muy reciente anuncio comercial de Pemex para promocionar por la radio el diesel que fabrica se afirmaba, textualmente, que “el diesel mexicano es de mejor calidad y más barato que el norteamericano”. Quienes elaboraron dicho anuncio comercial, y quienes dentro de la propia paraestatal lo aprobaron, todos ellos mexicanos, ya también renunciaron a ser norteamericanos. Uno se pregunta: ¿Y el Tratado de Libre Comercio de América del Norte?…

Por esto resulta absurdo ubicar a México en “Mesoamérica”, no sólo geográficamente hablando. Esta innegable realidad descalifica la proposición de Paul Kirchhoff de llamar Mesoamérica a “una parte” de nuestro territorio nacional. Aun en el caso de ser utilizado únicamente para efectos de nuestra antigua historia nacional autóctona. Por más absurdo que resulta, quizás por haber sido propuesto por un europeo, la casi totalidad de “intelectuales” mexicanos lo han aceptado incondicionalmente.

Resulta muy triste ver con cuanto gusto se utiliza este nombre profusamente en museos, libros de texto gratuitos, revistas, documentales, ponencias de congresos y, en fin, en todo tipo de referencias a nuestro pasado autóctono. Pareciera que todos los historiadores mexicanos estuviesen felices de ser llamados centroamericanos, pareciera que hubiesen renunciado gozosamente a ser norteamericanos. Sus obras no pueden estar bien sustentadas si parten de esta errónea ubicación.

Esta inexplicable situación de lo que ocurre con los “intelectuales” de nuestro país hace recordar un comentario irónico que muchos europeos, especialmente los franceses, suelen decir: “Africa empieza en los Pirineos”. Esta afirmación peyorativa convierte a España en parte de Africa, puesto que los Pirineos son la división geográfica entre Francia y España: países europeos ambos. Lo que resulta más irónico es que, a diferencia de lo que ocurre con España, sean mexicanos quienes así piensan.

Este comentario sarcástico y despectivo para los españoles no ha cobrado una forma oficial, como la implícita forma denigrante y peyorativa de llamar “Mesoamérica” a nuestro país, cuando se refiere a nuestras culturas autóctonas. Pareciera que con este nombre se quisiera perpetuar el menosprecio que durante 500 años los europeos han mantenido hacia de nuestras culturas propias: usar el nombre inventado por Kirchhoff lleva a mantener el menosprecio y la incorrecta valoración de nuestro pasado.

La incipiente tendencia actual a valorar correctamente nuestra cultura autóctona debe principiar por nosotros mismos, los actuales mexicanos. Debemos estudiar nuestra cultura autóctona desde nuestra perspectiva autóctona. Esto plantea la necesidad de que busquemos nuestras raíces autóctonas de manera científica y no de la manera en que ha ocurrido desde hace cerca de 500 años: siempre desde la perspectiva y desde el “pensar mágico” europeo.

Es prioritario que quienes creemos en la universalidad implícita en nuestra cosmopercepción autóctona nos demos a la tarea de rescatar nuestro pasado autóctono de una manera límpida y sin deformaciones extranjeras, particularmente europeas, que lo único que han hecho es convertirnos en seres ajenos a nosotros mismos: en seres que no se valoran como ciudadanos del mundo con plenos derechos. Esto tiene que ser una muestra de nuestra emancipación personal.

La actual actitud de los mexicanos, que se refleja en las confrontaciones deportivas con equipos extranjeros, únicamente puede ser cambiada a través de una revaloración histórica que lleve a cabo cada uno de nosotros. Los mexicanos del presente, en gran mayoría, aún seguimos pensando que lo europeo es superior a lo autóctono. Cabe decir que los europeos todos, no únicamente los nazis ‘nacional socialistas’ de tiempos de Hittler, heredaron el sentimiento de superioridad de los arios de la India.

La tan fácil aceptación del nombre “Mesoamérica”, propuesto por un europeo, hace pensar que aún nos sentimos derrotados por los invasores españoles de la antigua Anáhuac, aún sentimos que los europeos son los devas ‘divinos’ arios que poblaron Indoeuropa hace más de 5,000 años. La correcta valoración de nuestra historia nacional es un esfuerzo colectivo que debe ser encabezado por los interesados en un apego estricto y riguroso a la realidad histórica: la nuestra y la europea.

Este apego a la realidad histórica plantea un reto para los actuales estudiosos de nuestro pasado nacional milenario. En efecto, hasta el presente, la forma de estudiar el pasado autóctono ha sido utilizando los textos de los religiosos españoles invasores, imbuidos del “pensar mágico” de los europeos. Independientemente de los evidentes y obvios propósitos de acabar con toda la cultura autóctona, estos clérigos veían todo lo autóctono “con ojos europeos”.

Quienes se interesaron por “conocer” las lenguas autóctonas dejaron evidencia de que, en realidad, las forzaron para convencer a los antiguos anahuacas de su propia concepción del mundo, de su propio Weltanschaung, nombre que aplican los alemanes cuando hablan de ‘cosmopercepción’. Esto hace necesario reelaborar tanto las gramáticas cuanto los diccionarios bilingües elaborados por los religiosos. Por no decir urgen diccionarios monolíngües en lenguas propias: en nuestras 62 lenguas.

Para descubrir el valor universal de nuestra cultura autóctona es preciso que aprendamos hasta posesión total aquellas lenguas autóctonas en las que pervive nuestro pasado autóctono. Es preciso que comprendamos correctamente la carga semántica implícita en las imágenes de los amoxtli, los llamados códices, especialmente los elaborados antes de la llegada de los españoles. Allí se encuentra nuestra identidad cósmica, la que nos legaron los pobladores originales de Anáhuac.

Para comprender la esencia de nuestra cultura autóctona debemos pensar como quienes escribieron esos documentos. Si tratamos de acercarnos a ellos pensando en lenguas europeas no lograremos una identidad nacional verdadera: la carga semántica es radicalmente diferente. Sólo hablando alguna de nuestras lenguas autóctonas estaremos en posibilidad de valorar correctamente tanto lo autóctono cuanto lo europeo: así podremos armonizar nuestras dos herencias legítimas.

Además, en esencia, la palabra Mesoamérica es un tecnicismo antropológico. Usar tan extensivamente este nombre en lugar de Anáhuac es aberrante. Es como si las señoras que van a comprar al tianguis pidieran las verduras con los nombres científicos de la clasificación de Lineo: Licopersicum esculentum en vez de pedir jitomate, Capsicum annum en vez de chile, Opuntia streptacantha en vez de pedir nopales o Persea americana en vez de aguacate.

Usar el reciente nombre “Mesoamérica” para enseñar la historia resulta también inadecuado. Los estudiantes de historia deben prepararse para que, quienes se dediquen profesionalmente a la investigación histórica, conozcan desde ahora los nombres históricos y no los nombres modernos para lo ocurrido en el pasado. Es importante enmarcar nuestra realidad histórica sin eufemismos ni deformaciones de nomenclatura. Sólo así los adultos tendremos “conciencia histórica”.

Hasta el año 5242 de nuestra cuenta propia (Tolteca), 1521 europeo, el nombre de nuestro territorio fue Anáhuac, del año europeo 1521 al 1821 el nombre oficial fue Nueva España, de 1821 a 1824 de la cuenta europea el nombre oficial fue Imperio Mexicano y a partir del año europeo 1824 el nombre que registra nuestra constitución política para el territorio nacional es Estados Unidos Mexicanos. Estos nombres están de acuerdo a nuestra realidad histórica.

Los estudios recientes de los antropólogos, los de los últimos cincuenta años, no deben llevarnos a falsear la realidad histórica: cambiar estos nombres originales es propiciar la confusión de los investigadores. En estricto apego a la historia, se puede hablar de época anahuaca, época novohispana, época imperial y época mexicana. Esto atendiendo a los nombres utilizados históricamente. Cada nombre corresponde a su tiempo.

Como país, México nació en el año 1821 del cómputo europeo del tiempo. Por esto mismo no puede decirse “México antiguo” para referirnos a nuestra cultura autóctona. El México más antiguo que existió, desde un punto de vista estricto, es el de 1821. Cuando se dice “los antiguos mexicanos”, históricamente, se está hablando de los nacidos a partir del 27 de septiembre de 1821 de la cuenta europea. Los más “antiguos” mexicanos que existieron fueron los nacidos después de esta fecha.

Los nacidos en nuestro actual territorio antes de dicha fecha, en apego a nuestra realidad histórica, deben ser llamados ya sea novohispanos, si nacieron entre 1521 y 1821 de la cuenta europea, o bien anahuacas, o antiguos anahuacas, si nacieron antes del año yei calli que coincidió con el año europeo de 1521: Cuauhtémoc fue anahuaca, por ejemplo. Llamar a Cuauhtémoc “antiguo mexicano” es una aberración histórica. Lo que él nos legó es La consigna de Anáhuac.

También existen muchos mexicanos del presente que llaman “México prehispánico” a la antigua Anáhuac, pero esto es también una falsedad histórica. Lo pre hispánico se refiere a lo ocurrido hace más de 2,500 años, cuando los cartagineses nombraron Hispania al territorio que por entonces eran dominados por Cartago, la floreciente ciudad fenicia que existía en el territorio africano, justo donde actualmente se ubica Tunez, a la sazón gran potencia marítima del Mediterráneo.

Lo pre hispánico es lo que se refiere a los tiempos anteriores a la existencia de Hispania, actualmente España. Esto ubicaría primeramente en territorio celtíbero, es decir, en la península ibérica antes de ser conquistada por los cartagineses. Esto significa que aún existían los celtas en el norte de dicha península y los íberos en el sur, con algunas colonias griegas, y vestigios de colonias fenicias. Nada que ver con la antigua Anáhuac. Quienes usan esta locución están fuera del espacio y del tiempo.

En consecuencia, los términos “México antiguo”, “México prehispánico”, “México precolonial”, “México precolombino” y “México precortesiano”, cuando se refieren a la antigua Anáhuac, deben ser desechados por no corresponder a la realidad histórica: nunca existieron. En esto hay que ser firmes quienes buscamos un estricto respeto a la realidad histórica: debemos referirnos permanentemente a lo que registran las fuentes originales. Ubicar todo en espacio y tiempo originales.

La locución “México precuauhtémico” debe también ser desechada, por no tener referencias documentales, excepto para referirse a la ciudad de Tenochtitlan-Mexico: Cuauhtémoc habla de Anahuac en su último mensaje. Lo que sí resulta válido es hablar de la época precuauhtémica de Anáhuac o de los tiempos anahuacas precuahtémicos. Al hablar del territorio de Anáhuac, y del tiempo pre cuauhtémico estamos bien ubicados.

También resulta no válido usar el adjetivo precuahtémico sólo. Por ejemplo se suele hablar de comida precuauhtémica, para referirse a la que era usual en la antigua Anáhuac, cuando también existía comida europea en dicha época. Lo mismo puede ocurrir al hablar de escritura precuauhtémica, para referirse a la que se emplea en los amoxtli de la antigua Anáhuac, conocidos en español como “códices”. La escritura europea pre cuauhtémica ya existía.

Quienes buscan el resurgir autóctono, en estricto sentido, buscan la anahuaquidad, o ‘esencia de Anáhuac’: anahuacayotl en habla nahua, es decir, buscan todo lo que auténticamente surgió en “nuestra venerada y amada tierra madre Anáhuac”, como la llama Cuauhtémoc. Quienes se dicen pertenecer a la mexicanidad, lo que buscan es la ‘esencia de México’: mexicayotl en habla nahua; buscan la esencia del país nacido en el año europeo de 1821

Cabe aquí tener presente que, en tanto país, México surgió como consecuencia de la lucha de los españoles criollos, o ‘novohispanos’, que fue llevada al cabo en contra de los españoles venidos de España, o “gachupines”, palabra esta de origen nahua: catzopini ‘que pica con el zapato’, aplicado originalmente a los españoles encomenderos, quienes picaban con su “espuela” a nuestros abuelos anahuacas que les habían entregado “en encomienda”.

Se puede decir, en consecuencia, que la mexicanidad es la conjugación de la hispanidad con la anahuaquidad. En realidad, existen dos corrientes de reencuentro con nuestro pasado. Conceptualizando uno como búsqueda de nuestra anahuaquidad y al otro como búsqueda de nuestra mexicanidad, se puede ver que una corriente busca un reencuentro con nuestro pasado autóctono y la otra la fusión de nuestra cultura autóctona con la cultura europea.

Los que se sienten muy mexicanos, quienes buscan la mexicanidad, suelen vestirse de charros, o de chinas poblanas, beber tequila y oír música ranchera tocada por mariachi. Quienes en lo más profundo de su corazón se sienten anahuacas se interesan por aprender alguna lengua autóctona, por visitar las zonas arqueológica y, especialmente, por conocer la historia de los pueblos originarios de nuestro territorio: olmecas, mayas, zapotecas, teotihuacanos, toltecas, tenochcas, et cetera.

Por ser de importancia para el esclarecimiento científico de nuestra história, conviene citar algunas fuentes documentales que identifican a la antigua Anáhuac con Nueva España. La primera que aparece históricamente es el Apéndice del Libro Cuarto de la obra de Bernardino de Sahagún conocida como Códice Florentino. Allí existe un párrafo titulado precisamente: Introducion, i declaracion nueuamente sacada, que es el calendario de los indios de Anaoac, esto es de la nueua españa [sic].

Otra cita importante proviene de la Historia de los indios de la Nueva España, escrita por el religioso Toribio de Benavente, mejor conocido como Motolinía (García Icazbalceta, 1980: 14):
“En el año del Señor de 1525, dia de la conversion de San Pablo, que es á 25 de Enero, el Padre Fray Marin de Valencia, de santa memoria, con once frailes sus compañeros, partieron de España para venir a esta tierra de Anáhuac, enviados por el reverendísimo Padre Fray Francisco de los Ángeles, entonces ministro general de la órden de San Francisco. Vinieron con grandes gracias y perdones de nuestro muy Santo Padre, y con especial mandamiento de S. M. el Emperador Nuestro Señor, para la conversión de los Indios naturales de esta tierra de Anáhuac, ahora llamada Nueva España.”

Casi al final del dominio español, en el año 1779 de la cuenta europea, Francisco Javier Clavijero vio publicado el primer tomo de su traducción al italiano de la Historia antigua de México, en el libro primero de la cual, en el Capitulo I: División de la tierra de Anáhuac, se puede leer:
“El nombre de Anáhuac que según su etimología se dio al principio sólo al valle de México, por estar situadas sus principales poblaciones en la ribera de dos lagos, se extendió después a casi todo el espacio de tierra que hoy [sic] es conocida con el nombre de Nueva España.”

La siguiente referencia, en orden histórico, es el título completo de la obra que José Guerra, o sea, Servando Teresa de Mier, publica en 1813: Historia de la Revolución de Nueva España, antiguamente Anáhuac, ó verdadero origen y causas de ella con la relación de sus progresos hasta el presente año de 1813. Este libro establece con claridad que en aquello tiempos, finales de la época novohispana, los pobladores de nuestro territorio nacional identificaban Anáhuac con Nueva España.

Es muy lógico pensar que don José María Teclo Morelos y Pavón pertenecía a esta corriente de pensamiento, o que conoció la obra de José Guerra, cuando convocó al Primer Congreso de Anáhuac que se llevó a cabo en Chilpancingo, actual estado de Guerrero, a partir del 14 de septiembre también del año 1813 de la cuenta europea. Este congreso aún está presente en la actual ciudad capital del estado de Guerrero: Chilpancingo. Con tal motivo existe allí un monumento a Morelos.

Específicamente, la defensa del nombre de Anáhuac como referido a todo el territorio la hace el doctor Miguel León-Portilla en su tesis doctoral, presentada en 1956, que se titula La filosofía náhuatl, estudiada en sus fuentes. Por considerar que esto aclara el nombre original de nuestro territorio nacional, conviene transcribir parte de la cita de Eduard Seler, el investigador alemán, que presenta el doctor León-Portilla al inicio del capítulo titulado Los trece cielos: el espacio vertical:
“…Debido a una incorrecta interpretación, algunos historiadores posteriores introdujeron la costumbre de designar a la sección central de la actual República Mexicana, como la meseta de Anáhuac, en tanto que los antiguos mexicanos [sic, por antiguos anahuacas] entendían indefectiblemente por esto la tierra situada ‘a la orilla del agua’, o sea todo lo que se extendía entre los dos mares…”.

Lo primero que se percibe es que Kirchhoff no leyó la obra abundante de su paisano Eduard Seler. Con esta ignorancia se explica su error, pero no se justifica. Con las referencias documentales anteriores se vuelve evidente que la propuesta de Paul Kirchhoff no coincide ni con los trabajos de otro estudioso alemán de nuestro pasado autóctono ni con las fuentes documentales más importantes. A esta falta de realidad histórica es preciso añadirle la falta de realidad geográfica.

En consecuencia, y con el debido respeto, quienes buscamos que la conceptualización se apegue siempre al rigor de la realidad del espacio y del tiempo, debemos evitar el uso de la palabra Mesoamérica y apegarnos al nombre que es simultáneamente acorde con las fuentes históricas documentales y con nuestra realidad geográfica: Anáhuac o, si se quiere, antigua Anáhuac. Es necesario presionar a los museos y centros de investigación histórica para que se corrija este craso error.

Este y no otro debe ser el principio de la ya urgente reconciliación nacional. Para cerrar las heridas abiertas desde el año 5242 de nuestra cuenta propia, 1521 de la cuenta europea, y reavivadas hace seis años, con el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, es imprescindible reconocer el origen histórico del problema. Únicamente con rigor histórico es como podremos reconciliarnos en el futuro. El presente es doloroso para cada uno, tenemos que armonizar nuestro pasado.

Hace 482 años, con la entrega de la soberanía de Anáhuac a los invasores españoles, tanto los derechos cuanto el derecho de los antiguos anahuacas ha sido sistemáticamente desterrado del ámbito oficial, aunque existe como derecho positivo entre los hablantes de nuestras 62 lenguas propias, los juristas que hablan castellano continúan ignorando tanto el “derecho” cuanto los “derechos indígenas”. Aunque ya hay indicios de este rescate cuando se habla de “usos y costumbres” indígenas.

Reconocer que nuestro territorio nacional es Anáhuac, es el primer paso para reconciliarnos como nación. Al tomar conciencia de esta realidad, podremos empezar a armonizar lo mejor del “derecho anahuaca” con lo mejor del “derecho español”, particularmente aquel que formó parte del “derecho positivo” de los hispanos antes de su anexión al Imperio Romano, cuando les impusieron la obediencia al emperador. Este derecho es el “derecho escrito”, llamado “ley”, que impone.

Cabe aquí tener presente que el “derecho” es un medio: no es un fin. El derecho europeo, del cual es parte el derecho español, en realidad, es el derecho de los pueblos del mediterráneo heredado de los romanos. El origen de este “derecho” es la llamada Ley del Talión. De aquí que el “derecho europeo” sea un medio para castigar a quien cometió un delito, a quien cometió una falta contra otro u otros. Esto parte de una concepción religiosa: es “dios” quien castiga.

En el derecho que heredamos de la antigua Anáhuac, el derecho es un medio para mantener la armonía. De aquí que, cuando alguien rompe la armonía cometiendo un delito, prioritariamente se busque la manera de restaurar la armonía antes que castigar al delincuente. La armonía de todos es antes que el castigo de un individuo. Quien comete una falta en contra de otro es ayudado a restaurar la armonía en todo lo posible, si algún castigo hubiera no es venganza: es penitencia.

Es por esto mismo imprescindible que los actuales mexicanos nos demos a la tarea de asumirnos como verdaderos seres humanos: conociendo a profundidad tanto nuestra herencia anahuaca cuanto nuestra herencia española. Tomando conciencia de ambas herencias podremos asumirnos como dueños de nuestro presente y de nuestro futuro. En el futuro posible tenemos que reconocernos como humanos con plenos derechos: sociales, políticos, económicos, familiares y educativos.

Esta tarea es personal e intransferible. No puede realizarse sin la “toma de conciencia” y la entrega ilimitada de todos y cada uno de los mexicanos del presente. Nadie puede decirnos cuál es el camino para lograrlo, cada uno de nosotros debe dialogar consigo mismo, con su propio corazón, para encontrar el propio camino. Como afirma el poeta: hermano no hay camino, se hace camino al andar. Esto es lo que nos toca a los actuales anahuacas: hacer el camino de nuestro sexto sol.

Bibliografía

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